Por Laura Gómez Lama

#proyectosAlaria

Recuerdo la primera vez que fui al Museo Reina Sofía poco después de su inauguración. No era una niña, pero conservaba algo de ella, lo suficiente como para volver a subir en su acristalado ascensor solo para bajar de nuevo y sentir ese cosquilleo en el estómago una y otra vez.
El jueves pasado volví, con los peques de 4 años de Alaria Escuelas Infantiles (Aravaca, Nuevos Ministerios y Bernabéu) y, si bien el cosquilleo había desaparecido en mí, conseguí encontrarlo en los ojos de nuestro grupo de niños. Y, claro, volvimos a apretar el botón unas cuantas veces antes de ir a recorrer los pasillos de la pinacoteca y buscar nuestros tesoros.

La muchacha de Dalí y los mil y un paisajes
El primero que buscamos fue ‘La muchacha en la ventana’ de Dalí, que los peques reconocieron de inmediato, pues, ya en clase, cada cual imaginó el paisaje que estaría mirando aquella chica.  «Cada uno dibujó lo que creía que ella vería al asomarse a la ventana, nos lo explicaron y, después, vieron lo que Dalí pintó», explica Ana Estévez, cotutora de 4 y 5 años, en Alaria Nuevos Ministerios, junto con Esther Corredera.

Tuvimos que esperar un rato hasta que el anterior grupo de niños hubo terminado. ¡Ay que ver cómo engancha el arte a los niños! Nada más sentarnos, Esther trató de refrescar la memoria a los niños sobre lo que habían trabajado en clase: la historia del cuadro, sus protagonistas, su autor, su forma de pintar, sus amigos Disney y Miró, además de los detalles por los podrían reconocer a Dalí en sus pinturas, como las hormigas. De hecho, mientras esperábamos turno, pudimos buscar estos detalles en los cuadros para saber cuáles habían sido pintados por Dalí.

El retrato, los colores, las formas y la simetría
En nuestra labor de detectives, fuimos poniendo estrellitas a nuestro ‘mapa del tesoro’, un papel en el que había pequeñas imágenes de los cuadros a los que debíamos dar caza. Así, continuamos nuestra misión buscando nuestro segundo tesoro: ‘Hombre con pipa’, de Miró, y creímos conseguirlo cuando vimos uno, del mismo autor, que también habíamos trabajado en clase: ‘Retrato nº2’. «Mirad, chicos, nuestro cuadro de simetrías», dijo la profe Ana. Todos se pusieron delante de él a hacer como si sus manos fueran libros abriéndose. «En este cuadro trabajamos el retrato y la simetría, cada uno hizo una mitad de un retrato y juntamos las mitades, como en un puzle. Así, conseguimos hacer cuadros colaborativos», me explicó Esther. Este no era el tesoro que buscábamos, sin embargo, el autor era el mismo y a los niños les encantaba mirar sus formas geométricas y los colores. Pero, debíamos seguir buscando…


Una guerra como la de la tele
Pronto nos tropezamos, casi sin querer, con una obra gigante, mucho más grande de lo que parecía en clase: los gritos, el caballo, la mamá llorando… Todo nos era familiar. «El ‘Guernica’ es un cuadro duro para los niños, porque no deja de representar el horror de las guerras. Sin embargo, tuvieron la oportunidad de expresar lo que estaban percibiendo a través de los medios y los comentarios adultos sobre la actualidad en Ucrania», explica Esther Corredera. Después, reconocimos los bocetos de Picasso, que formarían parte de la obra final.

Salimos de la sala como hipnotizados por el cuadro, que nos había dado una nueva estrellita. ‘El hombre con pipa’ se hizo de rogar, pero tampoco pasó desapercibido ante los ojos de los niños. Ya solo nos quedaba ir a por el ‘Pájaro lunar’ del patio, pero, antes, una paradita para reponer fuerzas y organizarnos para ir al baño. Los peques estaban cansados y les costaba mantener la calma mientras esperaban, por eso es tan importante que los museos prevean situaciones así y coloquen cerca de los baños detalles que permitan a los adultos poder mostrar cosas a los niños mientras esperan su turno.

Elementos que rompen y ayudan a retomar el interés
Nuestro elemento crucial fue el ascensor, ya que tras ese momento de desconexión y alivio, los peques se encontraban en un momento complicado y la solución para volver a conectar con ellos fue un nuevo sube y baja en el ascensor: «¡Ahora hasta el último y bajamos de golpe!», decían las profes. «¡Sí!», contestaban los críos con los brazos en alto.

Fue el único momento en el que se les permitió romper con la solemnidad del museo, incluso gritar de emoción. Después, se abrieron las puertas y ya no hizo falta pedir silencio; los niños habían interiorizado que dentro del museo se hablaba bajito.

Un móvil gigante y un pájaro lunar
Salimos al patio interior, sorteando los charcos que había dejado la lluvia, y allí, en el centro, estaba una versión gigante de un móvil muy parecido a los que habíamos trabajado en clase. Soplamos muy fuerte para que el móvil llamado ‘Carmen’, de Alexander Calder, se moviera y un poco se movió, o eso nos pareció. Para acabar la visita, pusimos la última estrella en el ‘pájaro lunar’, de Miró, dorada y brillante por ser la definitiva. La profe estaba tan contenta con nosotros que nos dio una a cada niño. ¡A mí también!

Luego esperamos a los compañeros de Aravaca y de Bernabéu y nos volvimos a la escuela, donde unas lentejas calentitas nos estaban esperando. ¡Menudo día!

 

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