Familia y escuela infantil, deben trabajar de la mano para conseguir un desarrollo sano en el niño, además de conseguir hacer brillar todo el potencial de cada uno de nuestros alumnos.

Cada alumno, cada niño es especial, desde muy pequeños tienen unos rasgos físicos y de personalidad que conforman su identidad. Lograr que esta identidad se desarrolle de forma libre, creativa y sin trabas es fundamental para conseguir el desarrollo del máximo potencial y para vivir con plenitud.

Los bebés nacen dependientes de sus padres y hasta aproximadamente los seis meses el bebé no tiene conciencia de su individualidad, de los límites físicos de su cuerpo, sino que, se siente unido a su madre.

A partir de los seis o siete meses, el bebé comienza a tener sentido de sí mismo, separado de su madre, incluso tiene capacidad de darse cuenta de sus capacidades mentales y por lo tanto puede mirar hacia el exterior: comienza a ser capaz de fijar un foco de atención cuando un adulto le señala algún objeto.

Desde que un bebé tiene conciencia del exterior empieza a comprender estímulos y vivir sus sentimientos, reconoce el mundo en función de lo que sus padres le enseñan, de forma que el bebé ve el mundo como se lo muestran sus principales figuras de apego, sus padres, en función de los significados que los adultos dan al mundo que rodea al niño y en función de las muestras de afecto y seguridad. El bebé comienza a saber cómo es él también en función de lo que sus padres les transmiten sobre su propia persona: se le dice si es guapo, si es valiente, si es bueno… De esta forma el niño comienza a construir las imágenes sobre su identidad. Por lo tanto gran parte del concepto identidad que una persona construye sobre sí mismo se hace en función del espejo que reflejen sus padres

De la misma forma que el niño se siente más o menos cómodo con determinadas personas, se sentirá más o menos cómodo consigo mismo dependiendo de su autoestima, que en gran parte está formada por la imagen que tiene de sí mismo y la seguridad que le proporciona su entorno, por lo tanto es fundamental conseguir un equilibrio en la forma que vemos a nuestros hijos y la forma en la que se lo transmitimos, para que tenga una autoestima sana.

Nuestras cualidades dependen de distintos factores, como la genética, la personalidad, capacidad de concentración, gustos. Pero puede haber niños que cuentan con cualidades que no han sido descubiertas por adultos, de forma que el pequeño no puede interiorizar esta virtud, o de forma contraria, un niño puede pensar que cuenta con una destreza de la que realmente carece. Ambas visiones pueden hacer daño al niño, de forma que no consiga desarrollar sus cualidades e incluso que sienta vergüenza de su identidad, por no sentirse valorado o por ser valorado en exceso. Por lo tanto es fundamental ser equilibrado, justo y delicado en todo momento con el niño. De esta forma ayudaremos a que el niño se reconozca se acepte, y acepte su potencial, sea cual sea.

La valoración que una persona tiene de sí misma, dependerá de lo cerca o lejos que se encuentre una persona en el desempeño de lo que espera y esperan de él. Por lo tanto la autoestima se formará de forma sana si realmente sus aspiraciones coinciden con sus capacidades y el desarrollo de las capacidades será mayor cuanta más satisfacción tenga al explotarlas, de esta forma, el equilibrio y el refuerzo positivo son fundamentales para el desarrollo de la identidad.

El tener claro quienes somos y lo que podemos lograr, con una visión positiva y comprendiendo que todos tenemos cualidades que nos hacen especiales, es un pilar hacia la plenitud. Como padres quizás todo pueda resumirse en una frase que debemos trasmitir a nuestros hijos: “Eres único y especial, como todos los demás”